lunes, 24 de septiembre de 2007

ALBERTO GARCÍA - ALIX «Lo terrible en esta vida no es que las cosas se acaben, sino que se envilezcan»

Uno de los creadores más vitales de la cultura urbana española es ya un clásico de la fotografía  «La movida sólo fue un tiempo en el que vivimos mucho, y poco más»

Manuel Calderón
MADRID- Sensatez cantada en un tango, frase corta, echando mano de una sabiduría sentimental pero en un mar de dudas. Con los años renuncia a las certidumbres, como quien se desprende de una camisa ensangrentada. Para sentirse más vivo. «Me lo digo algunas veces: ¡Alberto, sigues vivo!», confiesa con esa voz ronca y educada con la que parece haber jurado un código de honor, de viejo caballero leal a una estirpe en extinción. Parece un samurai. Alberto García-Alix no es el fotógrafo de la movida («aunque he oído tonterías mayores»), ni el fotógrafo de una generación, pero sí el que arrojó una mirada donde la alegría de vivir tiene una mueca trágica, donde la muerte baila descalza al final de la fiesta, donde hombres y mujeres tiritan de tristeza. Ahora es un clásico de la fotografía, y lo es técnicamente, en la tradición de los grandes maestros del blanco y negro, y lo es por su sobriedad y una fuerza conmovedora, muy literaria. Es un creador vitalista, duro por fuera, blando por dentro. Sus imágenes se han colgado en el Festival de Arlés (Francia), el más importante dedicado a la fotografía, el mes que viene inaugura en la Galería Carles Taché de Barcelona y en la de Kamel Mennour de París y el Museo Reina Sofía prepara una muestra para la temporada que viene en la que se podrá ver lo mejor de su trabajo.
-Se lo pregunto sin rodeos, ¿qué hay detrás de su físico de persona dura y castigada?


-¿Lo dice porque tengo el cuerpo tatuado? !Bah! Eso no quiere decir nada, ni que sea un tipo duro; sencillamente soy una persona con sus debilidades y dudas, cada vez más dudas, que ha vivido lo suyo.

-¿Aparenta ser un duro, pero cada vez es más inseguro?

-Sí, me he vuelto más inseguro. Siempre he pensado que con los años uno adquiere mayores certezas y no es así, pero quizá sea como mi vida: nunca he encontrado una estabilidad, siempre me he sentido un poco desacoplado del mundo. Todo empezó con un regalo

-Si miro cualquiera de sus fotografías, todo me parece triste. ¿Así era su generación?

-Yo no sé de generaciones. No diría que es tristeza, mejor incertidumbre, perplejidad. Yo sólo fotografío mi vida. ¿Qué otra cosa podría hacer? Mi vida y lo que me rodea ha sido la materia de mi trabajo; luego, a lo largo de los años, ha habido un aprendizaje. Llegué a la fotografía por casualidad, porque nunca pensé ser fotógrafo y menos todavía a vivir de esto. Fue a través de una cámara que mis padres me regalaron, una herramienta que me enseñó a mirar. Me sedujo desde el primer momento.

-¿Y sabe, pasado los años, el porqué de esa atracción por la imagen?

-El porqué te dejas seducir por algo es un misterio, o un problema que pertenece a nuestro más íntimo desorden, el caso es que hay cosas que nos seducen y no sabes el motivo.

-Centenares de personas han pasado por delante de su cámara en unos años en que se corría velozmente, algunos ya ni viven (días después de realizar esta entrevista murió Blanca Sánchez, una verdadera instigadora de «la movida»), otros están desaparecidos. ¿Aún así sigue buscándose?

-Lo intento. Lo que yo busco es lo que cualquier persona debería hacer: imagino que conocerse y estar en paz consigo mismo. Yo simplemente estoy en el camino. «On the road», como en el libro de Kerouac.

-Siempre se le ha vinculado con la cultura rocker, pero le veo mucho más romántico.

-Creo que sí, que en mi carácter hay más rasgos románticos, en el mejor sentido de la palabra. Pero todos somos dualidades, somos dos. Somos seres contradictorios, por naturaleza.

-De vez en cuando se autoexilia y desaparece buscando el anonimato. Primero se refugia en la zona industrial de Vallecas después de los años más efervescentes de «la movida», y pasados los años, en París. ¿A qué se debe?

-No se trata de perderse sino de buscarse en esos sitios donde parece que nunca sucede nada. Cuando me instalé en una nave industrial de la zona de Pacífico, en Vallecas, respondía a la necesidad de encontrar un estudio, porque para mí el estudio es mi casa, mi cuarto de los juguetes y en esos momentos fue el único sitio que encontré. Madrid no es una ciudad que tenga un gran poso industrial, de naves, de lofts, y yo necesito trabajar en el mismo lugar donde vivo.

-¿Le define bien la palabra fotógrafo?

-A una parte de mi trabajo, sí. Pero sólo a una parte, porque en mi vida he hecho muchas más cosas. La fotografía como camino de búsqueda es muy interesante, sí, y me siento satisfecho del trabajo que he hecho, pero no me siento menos satisfecho de, por ejemplo, haber puesto en marcha «El Canto de la Tripulación» y lo que supuso aquella revista. Éramos muchos, Gonzalo García Pino, Borja Casani, Blanca Sánchez,... un grupo de amigos que dábamos forma a aquel sueño de libertad, porque con la revista también hubo un equipo de competición de motos que se llamaba Pura Vida Team, con el que ganamos el campeonato de España de Superbikes con una Ducati.. Una revista de culto

-¿Por qué se acabó «El Canto de la Tripulación»?

-Porque en esta vida todo se acaba. Había cumplido su función y siempre produce un cansancio cuando todo acaba en negocio. Lo terrible de las cosas de la vida no es que se mueran, sino que se envilezcan. Todo tiene su tiempo, hicimos diez números en diez años. ¡Y se acabó!

-Después de todo, la movida tampoco ha dejado tanto papel escrito. Quizá sólo fue un tiempo para divertirse.

-La movida nunca fue un movimiento, ni tuvo un manifiesto artístico. Fue una eclosión juvenil en unos años determinados. Se ha dicho que yo era el fotógrafo de la movida y yo nunca fotografié la movida, pero bueno, son esas mentiras que quedan bien. Yo sólo estaba centrado en mi entorno y nunca saqué la cámara de noche para ir al Rockola ni a ningún otro lado. La movida sólo fue un tiempo en el que vivimos mucho, poco más.

-En el terreno personal, ¿qué queda de todo aquello?

-Haber vivido un tiempo muy interesante y muy libre. Los que estábamos en aquéllo teníamos, no todos, pero sí algunos, una gran influencia de la contracultura norteamericana en una época donde los valores en alza en la juventud eran la agitación, la convulsión y el estar contra el sistema, pero en los años 90 se instauró una forma de pensar que no molestase a nadie, lo que ahora se llama lo políticamente correcto. Hoy tiene que estar todo bien encauzado, sin que nadie se pase de la raya, antes no era así, qué le vamos a hacer. Digamos que yo soy un hombre difícil de clasificar. No creo que me definan en absoluto ni ir tatuado ni ir en moto, son simplezas que a veces leo y escucho.

-La Comunidad de Madrid le ha dedicado una gran exposición a la movida. ¿No hay demasiada nostalgia de aquellos años?

-Si se mira con unos parámetros amplios, esa nostalgia sí vale la pena y también vale la pena echar una mirada atrás porque nos obliga a comprender lo que hoy somos. Creo que todos los seres humanos echamos alguna vez la vista atrás para ver cómo fue nuestra juventud. La memoria anida en nosotros. Pero en esa mirada atrás de la movida eché en falta mucha gente porque siempre se repiten los mismos nombres. La movida estuvo hecha, sobre todo, por gente anónima.

-¿Y los caídos en el camino?

-Pero eso no tiene nada que con la movida sino con los tiempos. La vida está unida a la palabra muerte.

-¿Alguna vez se ha emocionado viendo una vieja fotografía? -Sí que me he conmovido, muchas veces.

-¿Qué hay en una fotografía que encierra tanta verdad?

-La fotografía es un certificado del presente y, como tal, es también un certificado de una ausencia.

-Parece que tiene un código de honor por el que rige su vida, como el de un samurai.

-Probablemente sea así, pero porque es el producto de una educación que se la debo a mis padres. Estoy satisfecho de la educación y del amor que me dieron.

-Cartier-Bresson decía que un principio básico para hacer un buena fotografía es sentir compasión por el personaje.

-Prefiero sentir comprensión, una comprensión de idea y vuelta: yo lo miro y él me mira, y me comprende. Yo también me pido a mí mismo cuando miro por la cámara un acto de comprensión, tanto de lo que tengo en frente como de quién soy yo.

-Vive con una tensión dramática fuerte.

-Posiblemente sea un defecto, pero también me aportará algo positivo... Vivir duele. ¡Pero estamos vivos! Eso me lo digo muchas veces: ¡Alberto, estás vivo!

-¿Por qué ha hecho tantas fotografías de sexo?

-...Yo no tengo imágenes de sexo, sino que he hecho retratos de mujeres y hombres desnudos. El sexo es algo íntimo.

-¿Por qué cuando se fue a París cambió su fotografía?

-Sí, cambió bastante. En París, por diversas razones, me vi obligado a mirar hacia mi interior y eso se tradujo en el trabajo. Cuando llegué no estaba en una situación muy buena y la soledad, el cambio de vida... me llevó a un ejercicio de búsqueda y me produjo un gran desconcierto, a veces pánico.

-Eso lo está expresando ahora en sus últimas fotografías, más borrosas, desdibujadas.

-A medida que he ido aprendiendo me he inclinado hacia la abstracción. A lo mejor no es desdibujar, sino ponerle a la vida otra cara.

-¿Por qué sólo ha hecho retratos?

-Cuando miro un paisaje también retrato, con la intencionalidad de encontrar a una persona y la intensidad del forense.



LA RAZÓN, Domingo 23 de septiembre de 2007

Fotografía: ProyectoRockOla

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