lunes, 1 de octubre de 2007

La plaza de la Luna se enfunda en vinilo negro

Luis Boullosa Madrid
Luis aprieta contra su pecho una bolsita amarilla que contiene un «single» no identificado. Como quien aprieta a un bebé al que hay que proteger con la propia vida. En medio de la gente que recorre concienzudamente los stands de la feria del disco de Madrid, en la plaza de Soledad Torres Acosta (hasta el 14 de octubre), él parece alguien con un delicioso secreto que guardar.
Y lo tiene. Acaba de encontrar algo cuyo recuerdo llevaba años rondándole la cabeza. «Mira, mi padre lo tenía», y enseña el disco con prudencia. Una copia desgastada por el uso. La edición española del single de «Hurricane», la canción que Bob Dylan dedicara a mediados de los setenta a «Huracán» Carter, un boxeador injustamente encarcelado por asesinato. «Un single de casi ocho minutos», explica. «No cabía en el vinilo, así que cada cara tiene la mitad de la canción. Para escucharla entera tienes que sacar el disco y volverlo a poner por el otro lado». Y deja escapar una risita alborozada, cual Gollum en posesión del anillo del poder. Y no será el único hoy.

Un mundo variopinto

En el amplio mundo de los aficionados a la música que pululan por la zona hay de todo, desde ancianos arrugados que intentan recuperar, empaquetado, el brillo de pasadas glorias, hasta niños góticos de 16 que consumen metal de vanguardia en las pequeñas dosis que permite la economía familiar. Desde cuarentones que revenden su propia colección para sobrevivir hasta mercaderes que la compran para ofrecerla después al doble o el triple de precio. Un mundo cruel pero en el que todo el mundo está siempre a una cubeta de la felicidad.
«Tiene algo de adicción, sí», comenta un aficionado veterano. «pero es que la vida esta así, si no estás enganchado a una cosa lo estarás a otra. Ésta es relativamente sana». Y luego parafrasea a BobDylan, que parece omnipresente. «… tienes que servir a alguien, ya sea a Dios o al Diablo».
Buena idea, por otro lado, ubicar la feria (modesta pero digna) en la plaza de la Luna, tan polémica en los últimos tiempos por cuestiones relacionadas con la delincuencia. Una manera de normalizar la vida en la zona y hacer de ese espacio lo que debiera ser. Un punto no de tránsito sino de encuentro y relación. Un «foro» en el sentido clásico de la palabra.
De vuelta a la redacción, el cronista se cruza con Luis otra vez, ya sin su bolsita amarilla del tesoro. Tiene una mirada extraña, ahora. «¡Se lo he regalado a un amigo!», dice, no se sabe si exultante o desconsolado. Y la búsqueda ha comenzado otra vez…
EL RAZÓN, Lunes 1 de octubre de 2007
Fotografía: El Razón

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