Revisar la Movida, aunque sea bajo la excusa de conmemorar un aniversario, equivale a meter la mano en un airado avispero. Muchos de sus protagonistas prefieren hoy, por táctica, marcar distancias: las grandes ausencias no son casuales. Para los artistas en activo, urge defender su obra actual y desmarcarse de las creaciones más juveniles.
Alaska, que siente pavor ante las trampas de la nostalgia, explica su particular ambivalencia: “Nacho (Canut, su compañero en Fangoria) es más militante del olvido, hasta le divierte que se difundan tópicos y mentiras. A mi me sale la vena de historiadora y entro al trapo ¡siempre!. Oigo alguna barbaridad y no puedo reprimirme: `un momento. Eso no fue así ´. Y me tiro media hora explicando que Madrid realmente no se llenó de punkis y new romantics cuando Tierno Galván era alcalde”.
El gran baldón de la Movida: su supuesto origen municipal (y socialista). Para los que vivieron aquella época, un disparate: no hubo respaldo oficial en 1980, cuando eclosionaron los primeros grupos; ni tampoco en 1981, año de reflujo tras las decepcionantes ventas de las bandas; ni en 1982, cuando el bache se resolvió con los sellos independientes. Gran parte de la izquierda contemplaba con desconfianza aquel despuntar, asumiendo el tosco análisis de columnistas miopes que favorecían la “autenticidad” vallecana de Ramoncín sobre la frivolidad de Los Pegamoides, donde coincidieron la hija de un exiliado – Alaska – con un Canut y un Berlanga (y con hijos de familias menos significadas; aquello fue una conspiración interclasista). Nada de “movida promovida” como insinuaría una canción posterior.
El verdadero catalizador fue la llegada a la mayoría de edad de una generación que, con aliento de muchos adultos, deseaba disfrutar de las libertades democráticas. Más que una quinta despolitizada, eran optimistas que no podían concebir un retorno al franquismo; el espasmo del 23-F fue mirado con incredulidad, y no provocó ni canciones, ni conciertos de repudio, a diferencia de los dibujantes de cómic, que reaccionaron con un explosivo número especial de El Víbora.
Cuando la Movida adquirió envergadura artística y sociológica, las diferentes instancias – estatales, autonómicas, locales – se subieron al tren en marcha. Ya en 1984 hubo una exposición retrospectiva, Madrid, Madrid, Madrid, en el Centro de la Villa. Y Tierno Galván soltó lo de “a colocarse, y el que no esté colocado, que se coloque”, durante un festival de 24 horas que montó Radio 3 en el Palacio de Deportes. Aseguran hoy sus colaboradores que don Enrique conocía la jerga juvenil y que quería decir exactamente lo que dijo. Dudoso: inauguró una calle con el nombre de John Lennon y, durante su discurso, insistió en denominarle “Lennox”.
Para aquellas fechas, la Movida tenía resonancia internacional. En Laberinto de pasiones, Almodóvar hizo que uno de sus personajes extranjeros afirmara, como algo bien sabido, que Madrid era “la ciudad más divertida del mundo”. Al poco, eso se pensaba realmente en todo Occidente. Puede que ni la muerte de Franco ni la transición convocaran en España a tantos periodistas, equipos de televisión, cazadores de tendencias.
En sus días de marea alta, nadie se alzaba públicamente contra la Movida: hasta futuros azotes del felipismo, como Federico Jiménez Lozanitos o Tomás Cuesta, disfrutaban de sus placeres. El único resquicio para atacarla era su reflejo en TVE: en 1983, Caja de Ritmos emitió Me gusta ser una Zorra, procaz adaptación del I wanna be your dog, de Iggy Pop, a cargo de unas punkis bilbaínas, Las Vulpess. ABC transcribió (mal) la letra y organizó un escándalo político – estaban cerca unos comicios municipales – que se saldó con la cancelación del programa y el procesamiento de su director, Carlos Tena. Años después, Paloma Chamorro también debió acudir al juzgado acusada de ofensas a la religión en La edad de oro. Sin embargo, no hubo denuncias cuando La Bola de Cristal emitió el orgiástico video de Relax, de Frankie Goes to Hollywood; tampoco alarmaron los ideologizados guiones de aquel espacio. De hecho, hasta ABC terminó contando con un suplementomovido, donde escribían desde Fernando Márquez hasta Edi Calvo. Y Diario 16, bajo la dirección de Pedro J. Ramírez, llegó a poner en portado el concierto de Rubi en Rock Ola: ayudó que - como se veía en la foto - la cantante actuara con un sucinto camisón rosa.
Solo mucho después, con el Partido Popular ya instalado en la Plaza de la Villa y en la Puerta del Sol, se exteriorizaron los rencores. En 1991, José María Álvarez del Manzano, alcalde de Madrid, en una entrevista con La Vanguardia afirmaba que la Movida fue menos que un espejismo. Imposible dejar de reproducir tal andanada: "No hay que enterrarla porque se ha evanescido, ni siquiera tiene cuerpo para enterrar. Era algo etéreo, una propaganda política, no ha dejado un solo poso. Yo no recuerdo un solo libro, un solo cuadro, un solo disco; nada, de la Movida no ha quedado nada".
No fue simple deseo de epatar a un periodista barcalonés. Años después, Álvarez del Manzano despreciaba a uno de sus predecesores, el socialista Juan Barranco, con la lacónica evocación de su pecado nefando: "Apoyó la Movida". En esa visión revisionista, el PP fue respaldado por algunos arrepentidos con ganas de situarse. Ayudó que el resto de los agitadores o simpatizantes se desentendiera de la defensa de los ochenta. Afectados quizá por los sentimientos de culpabilidad que trae la resaca, prefirieron no entrar en polémicas y vivir el presente. El pasado, ya se sabe, suele traer recuerdos de excesos y concesiones.
Tenían perfectas excusas. Podían preguntar: ¿qué Movida?. Desde los albores se alzaron barreras. Del clan pegamoide surgió aquella división. "Los que nos teñimos el pelo y los que nunca lo harían". Hilando más fino, hubo quien limitó la pertenencia a los que visitaron la casa - taller de Costus. Eran, para entendernos, los modernos. Les distinguían sus modos gay o, por lo menos, su ambigüedad sexual. Culturalmente ávidos, estaban al tanto de modas imitables de Londres o Nueva York. Se comunicaban con el mundo del cine - Almodóvar - y del arte: todos se fotografiaron con Warhol en su visita a Madrid, aunque Andy no les inmortalizó (si lo hizo con Miguel Bosé, quien pasó por caja).
Los modernos cumplieron con anhelos, los propósitos del hipotético manifiesto de la Movida: la interacción entre las artes ( o por lo menos entre artistas de distintas disciplinas ), la exigencia de cosmopolitismo, la violación de tabúes sexuales, el desprecio de la santurronería progre. Les perdía, claro, su elitismo. En lo musical, se vieron desbordados por la ascensión de los grupos pop, hijos de la new wave británica. Con su habitual lengua pérfica, los modernos les descalificaron como babosos: abundaban rimas con acné, quejas contra chicas malas. Contra la ñoñería disparaban las Hornadas Irritantes, fugaz bandera bajo la que zarparon en 1981 Glutamato Ye-Ye, Derribos Árias y Pelvis Turmix.
Lo extraordinario fue la proliferación de propuestas. Iniciativas que saltaban a la arena cuando todavía no había mercado, ni, por supuesto, subvenciones. El contagio fue inmediato: surgieron movidas en Vigo, en Barcelona, en San Sebastián, en Sevilla, en Valencia ... Sin manual de instrucciones, se tradujeron y adaptaron los modelos del tecno, el rockabilly, el afterpunk, el rock gótico, el funk-pop, el reggae. Se copiaba, inevitablemente, a los Clash, Police, Kraftwerk, Stray Cats; tras ese aprendizaje, los más listos despegaban hacia expresiones personales. Un dibujante gallego, Víctor Coyote, inventaba el rock latino 15 años antes de que fuera rentable. Esclarecidos, un grupo nucleado por arquitectos, desarrollaba narraciones urbanoascon sedoso fondo jazzy. Servando Carballar, que venía del teatro y de la ciencia ficción, generaba ingentes cantidades de teoría y música con Aviador Dro.
Radio Futura constituye el paradigma de la prodigiosa maduración del movimiento. Al nacer, en 1979, habían pasado más tiempo en universidades o en galerías de arte que en los locales de ensayo. Su LP de 1980, Música moderna, quería venderse como pop adolescente, pero estaba confeccionado con las enseñanzas del pop art. Aunque Enamorado de la moda juvenil o Divina adquirieron categoría de himnos, el proyecto se estrelló y Radio Futura se recompuso en rock. Tras tres años de miseria se impusieron como banda de ideas, cuyos discos y entrevistas reflexionaban sobre la cultura popular en España, la urgencia de recuperar tradiciones urbanas, la conveniencia de establecer un diálogo con América, nuestro lugar en el mundo.
El grupo de Enrique Sierra y los hermanos Auserón también fue ejemplar en establecer lazos con artístas gráficos, escritores, videorrealizadores, el mundo universitario. La Movida tuvo su manifestación más visible en la música, pero también iluminó otras áreas de la creación. Eso sí, con desigual impacto. No tuvo demasiado eco en la literatura - novelas como Madrid ha muerto, de Luís Antonio de Villena, salieron a posteriori -, ni tampoco en el cine: en caliente, sólo se filmaron la citada Laberinto de pasiones y la simplona A tope (1983).
En artes de gestación más rápida y menor inversión sí hubo un florecimiento de talentos. La fotografía contó con cronistas de la realidad como Miguel Trillo, Alberto García - Alix o Pablo Pérez - Mínguez, verdadero retratista de corte, sin olvidar a Ouka Leele o a los especializados en moda, inevitablemente atraidos por aquélla eclosión de criaturas llamativas. Los diseñadores de ropa también se sintieron inspirados por la Movida: un lugar con tan poco glamour como Rock Ola acogió desfiles como Baja Costura o Costura España, ambos de Alvarado.
En el cogollo estaban pintores como Guillermo Pérez - Villalta, El Hortelano, Sigfrido Martín - Begé, Dis Berlin, Herminio Molero, Costus, Pablo Sycet o Ceesepe. Este último venía del cómic, que también vivió años de esplendor, con una rompedora revista, Madriz ( esta sí, de financiación municipal ). Por un tiempo hubo abundantes cruces. El Hortelano montó grupo con Poch para una actuación en la Universidad de Verano de Santander; Ceesepe y García - Alix realizaron un corto para Pista Libre, de Televisión Española; Carlos Berlanga, Víctor Coyote y otros músicos encontraron hueco en Sen, Buades, Estampa, Vijande, Moriarty y demás galerías de arte.
La necesidad aviva el ingenio: los músicos superaron los años flacos (1981 y 1982) con la fundación de compañías independientes como DRO y Gasa, que se matrimoniaron y se transformaron en una de las grandes discográficas de los ochenta. En medios escritos, la Movida encontró acogida en los diarios del momento, aunque también generó revistas como La Luna de Madrid y Madrid Me Mata, sin olvidar los fanzines. Una red de complicidades garantizó su presencia en las ondas oficiales: Radio 3 y espacios de TVE - Caja de Ritmos, La edad de oro - fueron escaparates de inmensa repercusión.
Pausa: con semejante entramado, ¿como es posible que la Movida se eclipsase tan ignominiosamente en la segunda mitad de los ochenta?. Se podría afirmar que murio de éxito: el coge-el-dinero-y-corre se imposo como modelo ético. Las multinacionales impusieron su poderío y se llevaron las flores de la independencia: lo que eran músicas marginales fueron grandes lanzamientos. Los grupos cambiaban los clubes por grandes recintos, generalmente con dinero de las instituciones.
Tan fatales fueron tropiezos como el cierre de Rock Ola, en 1985: aunque detestado por la infame calidad de sus bebidas y otros pequeños detalles, servía como punto de encuentro; a partir de ese momento, las tribus se dispersaron. Desaparecieron sin despertar alarma revistas y programas de televisión. El sentimiento colectivo se desintegró en mil aventuras particulaes.
El triunfo del individualismo y el todo-vale dejó a la movida huérfana de paladines. Latía un difuso remordimiento, una urgencia por pasar página. Ese lavarse las manos permitió que la iniciativa pasara a los enemigos, que efectuaron una demonización efectiva. Bien entrados los años noventa, la movida resucitó como nostalgia boba, simplificada hasta la caricatura. Eso explica que se acepten ficciones televisivas sobre la movida con errores de bulto. O que Nacho Cano resuma aquéllos años - en el espectáculo Hoy no me puedo levantar - como una crónica de inocentes pervertidos por el dinero, las drogas y el sexo, con una discográfica como gran Mefistófeles. Cierto que el musical de Mecano tambien refleja el entusiasmo juvenil, la creatividad liberada de sus protagonistas, la voluntad lúdica de todos los implicados, la porosidad social de la capital. Como decía aquél, a Madrid no le iba a reconocer ni la madre que lo parió.
Por Diego A. Manrique
EP[S] - EL PAÍS SEMANAL Nº 1492. Domingo 1 de mayo de 2005
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